Las clases empiezan el 1 de marzo y serán con modalidad dual. Dos anuncios esperados. Pero que despiertan infinidad de dudas. Sí tenemos una certeza: cuando los chicos ocupen sus pupitres será la hora de la verdad para la educación. Sabremos al fin cuánto hubo de optimismo simpático de los funcionarios del gobierno, qué es lo que realmente aprendieron los alumnos fuera del aula en el atípico 2020, cuál fue el impacto de la brecha digital y los números reales de la deserción escolar.
Han pasado más de 10 meses desde que se suspendieron las clases presenciales. El 2020 nos dejó en claro que nada puede reemplazar la presencia del maestro en el aula, el contacto afectivo que tienen los estudiantes con quienes les enseñan y entre ellos.
Hemos visto acentuarse las desigualdades en el aprendizaje. La inequidad generó varios grupos: el de los estudiantes que se desconectaron por completo, el de aquellos que solo podían acceder a las tareas por Whatsapp, el de los que recibieron clases por Zoom y el de una minoría que pagó clases privadas.
En muchos rincones de nuestra provincia, sin computadoras ni wifi, hubo familias que debían elegir entre comprar comida o hacer una carga virtual al celular para que los chicos puedan ver contenidos educativos. Hubo estudiantes que recibieron cuadernillos impresos y se esmeraron por cumplir con las tareas. Y otros que no abrieron un cuaderno en todo el año. Tuvimos docentes innovadores, contactando a sus alumnos por distintos medios e impulsado proyectos escolares. Y otros maestros que hicieron lo mínimo indispensable. O no aparecieron directamente.
Para las autoridades del gobierno, la educación nunca se detuvo y los chicos sí aprendieron durante la cuarentena. En ese último punto, la mayoría de los padres no está de acuerdo. Según una encuesta que hizo para LA GACETA Reale Dallatorre Consultores, el 54% de los tucumanos cree que el 2020 será recordado por el impacto catastrófico que tuvo para la educación. Otros sondeos a nivel nacional tienen resultados similares. Los papás también están preocupados por las consecuencias mentales, físicas y emotivas que dejaron en sus hijos las aulas cerradas.
Ya casi nadie en el mundo duda de la importancia de volver a la escuela. Tanto Unicef como la Organización Mundial de la Salud pidieron que el cierre de las aulas se implemente sólo como último recurso, ya que estos espacios no son entornos de superpropagación del virus. Sin embargo, en muchos sectores de nuestra sociedad aún se debate salud vs educación y hay quienes no dudan que las clases continuarán supeditadas a la evolución de la pandemia. Sería un grave error, sobre todo teniendo en cuenta las experiencias en países europeos, que en plena segunda ola no cerraron las escuelas porque comprendieron el daño que esa medida causa en los chicos.
Por supuesto que hay cosas por resolver: los gremios piden que los establecimientos reúnan las condiciones sanitarias adecuadas y que haya una actualización de sus sueldos. También resta analizar la situación de los colegios; muchos están en crisis por la alta morosidad en las cuotas. Las autoridades tendrán que tomar decisiones sobre estos puntos y especialmente minimizar los riesgos de contagios en los edificios escolares. Tiene que ser una prioridad: si permitimos que sigan abiertos los bares y casas de juego y las escuelas no, ¿qué dice eso sobre nuestro futuro?
Asimismo tendrán que analizar otras situaciones: ¿está el sistema de transporte preparado para el aumento de pasajeros provocado por miles de alumnos, adultos que los acompañan y docentes?
Más allá del optimismo y de las voluntades, según los expertos, hace falta una planificación adecuada para una modalidad de enseñanza dual, así como un cuerpo docente capacitado para implementarla. En ese punto, es necesario sincerar el debate. En el 2020 lo que se puso en práctica fue una educación remota de emergencia, la cual difirió bastante de una educación online de calidad. Se improvisó demasiado y eso, sin dudas, generó un perjuicio para los estudiantes que tendrá un impacto en el corto y en el largo plazo.
¿Qué pasará este año? ¿Cómo se intentará reducir la profundizada inequidad educativa? ¿Qué sucederá con los alumnos que no tienen computadoras ni internet? Las netbooks que entrega el gobierno tienen que llegar a todos los que las necesitan. Hay que repartir esfuerzos y responsabilidades. Buscar la forma de que se garantice la conexión en todos los sectores. En algunas escuelas los directivos tendrán que replantear sus objetivos y analizar caso por caso. Habrá que salir a buscar a los que abandonaron los estudios (según el ministerio nacional, un millón y medio de chicos).
Tomará tiempo resolver las desigualdades. Pero debe ser una prioridad. Hacer un diagnóstico serio es crucial. La educación necesita de miradas y datos científicos, no solo opiniones. Es importante que todas las partes se involucren: escuchar a las autoridades, a los docentes, a los gremios, a las familias y también a los alumnos, a quienes muy pocas veces se les da la voz. Será un desafío para todos enfrentar varios males y no solo el coronavirus. Porque no hay vacuna que nos proteja de la demagogia y la improvisación.